viernes, 8 de septiembre de 2017

SALUD MENTAL Y DERECHOS HUMANOS. Monólogo de Asun Lasaosa en la Universidad de Verano 2017

https://www.youtube.com/watch?v=08pO2edaR5Q

Charla de Asun Lasaosa (grupo de trabajo en Primera Persona Salud Mental Podemos) en el Teatro del Títere de la Tía Norica (Cádiz). Sábado 8 de julio de 2017.

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Texto del vídeo:



Yo soy una chica normal, normalísima. Nací en una capital de provincias, cuatro hermanos, colegio de monjas, vacaciones en la playa… lo normal para una familia media de la época con buen pasar. Bueno, igual no todo en mi vida era muy normal, porque mi madre no era muy normal, para su época quiero decir. Mi madre fue una señora emprendedora, que trabajó fuera de casa, manejaba su dinero y se iba de viaje por el mundo sin su marido, aunque mi padre muchas veces tratara de cortarle las alas y la obligara a ponerse brava para poder ejercer las cotas de libertad que ella necesitaba. Así que yo desde pequeña tenía muy claro que había mujeres que se casaban y mujeres que no, y yo tenía muy claro que iba a ser de las que no. Porque el matrimonio me parecía que estaba lleno de inconvenientes. Entonces no me casé, pero me enamoré como una pava, me fui a vivir con mi chico y me reproduje. Lo que pasa que enseguida me separé, por lo que mi casa ha sido toda la vida un hogar monomarental. Eso me ha obligado a hacer millones de cosas sola. Me he tenido que comprar una casa sola, he tenido que elegir el colegio de mi hija sola, me compré una moto sola, llevaba a la niña al cole sola… Todo sola, sola, sola, sola, sola, sola, sola. Y eso que me hacía sentir muy bien, porque no tenía que negociar, no tenía que pactar, me hacía sentir muchísima libertad, era al mismo tiempo una fuente de estrés bastante considerable y a veces me imaginaba ser uno de esos chinos que tienen muchos platillos girando al mismo tiempo y que no pueden parar de dar impulso todo el rato para que no se les venga el invento al suelo. Porque además enseguida empecé a trabajar en un sitio precioso. Empecé a trabajar en la editorial Alfaguara, lo cual quiere decir que trabajaba todo el rato con escritores interesantísimos de los que habéis leído todos. Y les organizaba actos y les montaba giras por América, me iba a cenar con ellos, salíamos a comer, íbamos a la Feria del Libro… Bueno, era un trabajo en el que lo daba todo, todo porque me encantaba y, bueno, también tenía que ir siempre corriendo porque en mi casa estaba mi niña del alma. Así hasta que fui creciendo un poquito en la empresa y me quitaron el word y me pasaron al excel, y entonces pues como que no, y empecé a tener problemas hasta que un día dije que ya bastaba, que me iba de vacaciones y los planté.

No me fui de vacaciones. Me diagnosticaron una depresión que me duró un año entero y, cuando me reincorporé, después de la depresión, las cosas en la editorial eran horrorosas, muy feas y espantosas, hasta que me echaron. Y cuando me echaron yo empecé a estar feliz, feliz de la vida porque podía vivir sin trabajar, cobraba sin hacer nada y me parecía que el paro era la situación natural del ser humano. Y en estas encima llega el 15M y yo me sumerjo en Sol de cabeza y empiezo a darlo todo, todo, hasta el punto de que una vez hice que me dieran una paliza tremenda, porque descubrí al jefe de la policía con la bragueta bajada y, bueno, digamos que le di bastante caña. Cuando me dieron esa paliza salí en una foto de El País a cinco columnas, y yo seguía tan feliz. Lo que pasa que entonces a mi hija se le encendieron todas las alarmas, porque tan motivada, tan animada, tan activa, tan entregada, no podía ser normal. Y entonces me hizo una cena encerrona con parte de la familia en la que todos se dedicaron a decirme “tú estás mal por esto, estás mal por esto, estás mal por esto, estás mal por esto, estás mal por esto, estás mal por esto” y yo les escuché a todos y, después de decirles por qué me parecía que ellos también estaban fatal, me fui a mi casa con mi silla de ruedas muy enfadada con todos pero, eso sí, muy digna. Y aquí se acaba la parte divertida, si es que es divertida. Porque cuando llegue a casa me eché a llorar, y lloraba con un desconsuelo tremendo. No podía dejar de llorar. Lloraba, lloraba y lloraba, tanto que mi hermana llamó al Sámur. Y vinieron los del Sámur y, después de hablar un poquito conmigo, uno le dijo al otro: “Qué hacemos? ¿Nos la llevamos?” Yo le dije: Pero usted que se cree? ¿que soy un libro que uno puede llevar y traer?” Y entonces ya no tuvieron ninguna duda: decidieron llevarme. Y como yo no quería ir con ellos, a los cinco minutos tenía la policía en mi habitación, sacándome de la cama, con un camisón de raso rojo, y cogiéndome con el brazo por la espalda, haciéndome bastante daño, me llevaron por la calle gritándome, insultándome y, a modo de castigo, ni siquiera quisieron venir conmigo en la ambulancia. Me llevaron a un hospital del norte de Madrid y, como eran como las dos de la mañana o una cosa así, estaba toda la planta vacía y lo único que yo veía al fondo era una especie de mesa como de recepción, y yo quería ir allí a poner una reclamación por lo mal que se habían portado los del Sámur y la policía conmigo durante el traslado y, cada vez que intentaba acercarme un poquito, venía un psiquiatra argentino con un acento muy dulce y muy meloso y me cortaba el paso. Así dos o tres veces hasta que a la tercera me dijo el psiquiatra con su acento encantador: “Señora, voy a hacer algo que no le va a gustar”. Y fue mi primera contención mecánica. Un ingreso forzoso y una sujeción mecánica para una única noche no está nada mal. Sujeción mecánica quiere decir que te atan a la cama con correas. Es esto, aunque esta foto parece más bien un catálogo, sacada de un catálogo de El Corte Inglés, porque la realidad es mucho más fea, mucho más violenta, mucho más espantosa. Te cogen por las dos muñecas, por los dos tobillos y por el tórax y te dejan así inmovilizada. Y es horroroso, porque no puedes respirar y tienes una angustia tremenda aquí y crees que te vas a volver loca. Porque las sujeciones mecánicas son experiencias que uno no olvida jamás en la vida, de hecho, no se olvidan jamás. El caso es que mientras yo estaba allí, estaba mi familia mientras me estaban atando, estaba mi familia y estaban viendo lo que estaba pasando y yo no entendía nada. No podía comprender cómo a ellos les les importaba un comino que yo estuviera allí atada, como crucificada, y que ellos no hicieran nada. Y yo me acuerdo que, como una pava, le decía a mi hermana: “Le voy a contar a mamá lo que me estás haciendo”. En fin, el caso es que he tardado seis años en poder afrontar mi proceso psiquiátrico y en poder mirar las contenciones a la cara. Y he tardado seis años en entender que mi familia también lo hizo lo mejor que pudo y lo mejor que supo en aquel momento dado. Todos estuvimos atropellados por la vida y fue una cosa espantosa.
Esta diapositiva es la que muestra genial lo que se siente cuando uno está atado. Os la voy a leer porque no sé si se lee bien. Dice: ”Prefiero matarme a cabezazos contra la pared a que me torturen con correas. Es una muerte agónica, la más jodida. Es como una crucifixión. Firmado: una persona.” Pues así, así nos sentimos cuando nos atan.
Bueno, cuando estaba atada vino el psiquiatra y me dijo que era bipolar. Pues bien, aunque ese psiquiatra lo dijera y aunque lo digan todos los psiquiatras del mundo, yo no soy bipolar. Yo soy una persona con sufrimiento psíquico a la que han diagnosticado un trastorno bipolar, que es una cosa muy distinta. Porque como persona sigo teniendo espacio en el cerebro y capacidad suficiente para saber qué me hace sentir bien y qué me hace sentir mal, y por eso estoy en proceso de continua formación para poder pactar y hablar con los profesionales y consensuar los tratamientos que me pueden venir bien. No quiero ser un sujeto pasivo al que se maneja a base de pastillas.
Bueno, desde ese hospital me llevaron a una clínica pija de Arturo Soria que tenía unas instalaciones hoteleras estupendas y, bueno, eso estaba bien, pero ahí me di cuenta de que la sujeción mecánica, las correas, no iban a ser una excepción. Un día me ataron por llegar tarde a comer. Llegas tarde a comer, te castigamos y, como castigo, te atamos, y ya está. Y se quedan tan anchos. El caso es que para no volverme loca de verdad he leído sobre esto y sé que la ONU dice que a cada persona hay que aplicarle el tratamiento menos restrictivo y menos limitador posible. He leído que la ONU considera la sujeción mecánica, las correas, un trato aberrante, y he leído que solo está permitida como en última instancia cuando no queda otro remedio para evitar que te hagas daño tú o se lo hagas a terceros. Eso lo dice la la ONU, pero a las instituciones psiquiátricas españolas en general les da igual, y lo normal, lo más habitual es que te castiguen, es que te aten como castigo, como cuando yo llegué tarde a comer, o por falta de personal, como la primera noche que estuve de madrugada en el hospital en el norte de Madrid. Y cuando te atan, pues a veces te meten en una habitación ahí alejada, apartada de todo, y te tienen horas y horas y horas y horas y no te dan de beber aunque pidas agua a gritos y ni siquiera te llevan la bacinilla ni te ayudan a ir al cuarto de baño, con lo cual es muy frecuente que la gente se haga encima todo, aunque también a veces lo prevén y te ponen pañal. Pero otras veces, en vez de atarte ahí, abandonada y dejada de la mano de dios, te atan en mitad del pasillo para que vean tus compañeros lo que les puede pasar si se portan mal.
Supongo que a muchos de vosotros os parecerá muy duro lo que estoy contando y que a lo mejor tenéis dificultad para creerlo y tal, bueno, pues es lo normal, os lo aseguro. Es muy normal, es muy normal. Es tan normal hasta el punto de que muchos de nosotros cuando tenemos una crisis no nos atrevemos a ir a urgencias. No vamos a urgencias. Nos comemos la crisis en casa a solas y a pelo, porque si vamos a urgencias corremos el riesgo de que nos hagan un ingreso forzoso y entonces volvemos a caer en manos, a lo mejor, de personas que te tratan fatal y que te denigran y que te maltratan.
Entonces…, ya. Después de ese hospital, después de esta clínica pija de Arturo Soria, me llevaron a Pamplona, de donde yo soy, y llegué un 14 de julio. Y tenía móvil y puse en Facebook: “Es el último día de San Fermín y yo ingresada en un psiquiátrico”. Pues mis hermanos me querían matar, o sea, es que sí, me querían matar, porque esa es otra: tú puedes pasarlas putas pero eso no importa. Lo que importa es que no se enteren los demás, en esos en estos casos, o sea es que viene a ser como lo de las hemorroides: tú puedes sufrir siempre que sea, hay que sufrir pero en silencio ¿no? Y esa es la base del estigma, el famoso estigma que tenemos las personas que hemos sido diagnosticadas con trastornos mentales graves. El estigma se basa en el convencimiento de que somos violentos y agresivos y, aunque la Organización Mundial de la Salud haya desmentido hasta la saciedad que no hay una relación entre violencia y agresividad y trastorno psíquico, eso a los profesionales, a algunos profesionales, les viene les viene genial porque, como eres violento y eres agresivo o eres violenta y eres agresiva, pues entonces se pueden aplicar contra ti métodos que coarten tu libertad y métodos que no se ajustan a los derechos… a los derechos humanos. De hecho, en España no hay una ley para todo el Estado sobre las correas y la sujeción mecánica, lo cual hace que en cada centro lo puedan aplicar como ellos quieren y en algunos centros tienen protocolos, y en otros no, pero bueno, es muy fácil que en esos casos, al no haber legislación, se ignore por completo el artículo 17 de la Constitución española que ampara el derecho a la libertad de movimiento de todas las personas. Y es muy fácil también que no te apliquen procedimientos terapéuticos que te ayuden a pasar el estado de extrema vulnerabilidad en el que te encuentras cuando estás atada. Por eso porque las sujeciones son unas experiencias espantosas y horrorosas, de las que no se olvidan jamás.
Bueno, cuando salí de ese hospital, empecé a estar muy triste. Cada día estaba más triste que el anterior y, bueno, lo que pasa en la bipolaridad es que dicen que, si has estado un mes arriba, luego es bastante normal que estés dos meses abajo, el doble del tiempo abajo. Y además a los psiquiatras, aunque a nosotros nos encante estar arriba porque es un subidón, o sea, te funciona el cerebro de maravilla, te expresas estupendamente, tienes un poderío alucinante, bueno, te sientes genial, pues los psiquiatras nos prefieren bajitos porque cuando estamos bajitos no hacemos las burradas que hacemos cuando estamos arriba y nos creemos dios. En mi caso creo que se les fue la mano bajándome, porque cada día bajaba un poquito, un poquito, un poquito, un poquito, un poquito. Hasta que mi psiquiatra se quedó sin recursos, no sabía qué hacer. No había manera de frenar aquello y me propuso hacerme TEC. TEC, terapia electro-convulsiva es, para los profanos, electroshocks. Y bueno, me dejó una semana para pensarlo. Mi hermana habló con los psiquiatras de toda España y parte del extranjero y, aunque había muchos que decían, que los asociaban todavía con las películas de terror de mediados del siglo XX, de los manicomios esos espantosos, había otros que decían que, bueno que no, que la cosa había mejorado mucho y que ya no... que daba buenos resultados y tal. Bueno, total que, como había opiniones muy contradictorias, pues la decisión la tomé yo. La decisión la tomé yo y me agarré a un clavo ardiendo, porque o me hacía los electroshocks o me moría y, como no me quería morir, pues me los hice, y hasta me ingresé dos días antes de lo necesario porque no podía más, no podía más. Y me hicieron electroshocks durante un mes entero en días alternos. Y, aunque es una terapia que no es ninguna maravilla, a mí me sirvió para frenar un poco la bajada a los infiernos. Ahora bien, me ha dejado llena, llenísima de efectos secundarios. Efectos secundarios como se me ha olvidado andar en bici, por ejemplo, se me ha olvidado bailar el rock, tengo una memoria de pez --por eso tengo que tener aquí mi chuletas y mis chivatos--, llevo un año yendo a nadar al mismo sitio y todavía me desconcierto cuando tengo que pensar cómo se va del vestuario a la a la piscina, en la calle me pierdo todo el rato, me cuesta leer más de dos folios seguidos… En fin, que el TEC no es ninguna maravilla, aunque a mí me sirvió en ese momento para frenar el deterioro. Se me ha olvidado contar que estaba tan, tan, tan deteriorada cuando me acogí, cuando decidí hacer los el TEC, que se me había olvidado sacar dinero del cajero automático y se me había olvidado poner la lavadora. O sea, era una piltrafa de persona, y por eso decidí tirar para adelante y hacerlos.
Bueno, no sé, ahora la verdad es que estoy superbién, estoy viva, voy para arriba, gracias sobre todo a mi familia, que ha sufrido mogollón conmigo y que les echo sufrir un montón. Y gracias también a muchos profesionales enrollados, que haberlos haylos.
Y… El Grupo de Salud Mental de PODEMOS también es una cosa buenísima, porque te sirve para transformar el dolor en algo positivo, el sufrimiento lo cambias en denuncia y reivindicación. Y además, a través del Grupo de Salud Mental de PODEMOS, he conocido el activismo mental que, aunque es bastante reciente, es muy importante y bastante mayor de lo que os podéis imaginar. El activismo en general se... se agrupa en torno a los GAMS, a los Grupos de Apoyo Mutuo que hay en distintos sitios, donde personas con diagnósticos mentales graves se unen para ayudarse unas a otras. Bueno, primero para aprender a cuidar de uno mismo y después para aprender a cuidar de los otros. Son movimientos asamblearios y el más importante está en Nueva York, se llama Paracaídas, pero en Madrid hay uno importantísimo que se llama Flipas y en Pamplona, donde estoy yo ahora, hay otro que se llama Mejorana. En fin, que se van creando como núcleos de eso, de de apoyo mutuo y de reivindicación, porque llevamos eso, como como dos añitos un añito y medio saliendo del armario diciendo “hola, existimos, mirad lo que nos están haciendo”, y denunciando las cosas que pasan. Porque a veces pasan cosas muy graves. Este año han muerto dos personas estando atadas con correas, dos: una en Galicia, nos enteramos el 28 de febrero, y otra el 24 de abril en Oviedo, una chavalita de 26 años. No me extraña nada que se mueran, porque la situación es tan horrorosa… Entonces, nosotros en realidad lo que pretendemos es un cambio de chip en la en la forma en que se afronta la salud mental en España, porque hay países de nuestro entorno como es Islandia, Reino Unido, un cantón suizo, Tizino, bueno, donde la sujeción mecánica se ha prohibido y se ha abolido por completo. Y mientras eso pasa allí, nosotros tenemos que seguir pidiendo que no se ejerza la violencia contra nosotros. Porque mientras nosotros estamos aquí tan ricamente, ahora mismo en España hay decenas y decenas y decenas y decenas y decenas de personas que están atadas a la cama con correas, ahora mismo, ahora mismo, ¿vale?, un montonazo. Eso es una realidad para mí insoportable, insufrible, intolerable, que no se puede soportar. Entonces, bueno, en general queremos ser parte activa de un proceso regulador que ponga a la persona en el centro del en el centro de la terapia y que se y que se ponga en marcha una forma de afrontar la terapia basada en la empatía y la escucha activa. No queremos más violencia. Es intolerable que existan prácticas que se ejerzan con toda normalidad y que sean brutales, y que ni siquiera se nos respeten los derechos humanos. No pedimos nada más, pedimos lo normalito, derechos humanos, pero también para nosotros ¿vale? Porque sí se puede.


APLAUSOS

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